jueves, 23 de octubre de 2008

La sabiduria práctica de Confuncio.

:)

Algunos de sus discipulos le preguntaron al maestro Confuncio cómo era posible distinguir a las personas bondadosas de las malevolentes. Confuncio repuso.
- Las buenas alimentan lo bueno en los demás y no lo malo. Las personas malas alimentan lo malo en los demas y no lo bueno. Además, las personas de espiritu superior entienden la justicia y las otras otras solo entienden su propio beneficio.
Unos días después, quien era una persona noble y dijo:
- Es aquella que no es recipiente de nada ni herramienta de nadie.
Más adelante le solicitaron su punto de vista sobre los atributos del sabio y dijo:
- Un sabio nunca deja que la conclusión ocupe el lugar de la reflexión, no actúa arbitrariamente, no decide impulsivamente y núnca se muestra ni obstinado ni egoista.
En lo posíble es siempre conveniente asociarse con personas reflexivas, conscientes ,nobles y con las que podamos tener lazos afectivos genuinos, pero nunca para corresponderlas tendremos también que esforzarnos nosotros en ser reflexivos, conscientes y nobles. La mente debe irse encauzando voluntariamente y despojando de tendencias nocivas, con lo que se conseguirá un caracter más amable, tolerante y compasivo.
Ramiro la Calle

sábado, 11 de octubre de 2008

El sonido de una mano

Este siempre me ha gustado, no sé si ya lo he puesto pero aquí lo dejo.
Un abrazo

El maestro del templo de Kennín era Mokuraí, "Trueno Silencioso". Tenía un pequeño protegido, llamado Toyó, de sólo doce años. Toyó veía a los discípulos mayores visitar al maestro en su aposento a la mañana y a la tarde para recibir el sazén, o instrucción de guía personal, en que se les daba un koan para detener el vagabundeo de la mente.

Toyó quiso también hacer sazén.

-Espera un poco -le dijo Mokuraí- ; eres demasiado joven.

Pero el muchacho insistía, de modo que el maestro finalmente consintió.

Al atardecer, el pequeño Toyó acudió, en el momento debido, al umbral del recinto donde Mokuraí impartía el sazén. Batió el gong para anunciar su presencia, hizo tres reverencias respetuosas antes de entrar, y fue a sentarse ante el maestro en respetuoso silencio.

-Cuando bates palmas -dijo Mokuraí- oyes el sonido de ambas manos. Ahora enséñame el sonido de una mano.

Toyó se inclinó y fue a su habitación para considerar el problema. Desde su ventana oía música de geishas. -¡Ah, ya lo tengo! -exclamó.

Al atardecer siguiente, cuando el maestro le pidió que le enseñara el sonido de una mano, Toyó empezó a ejecutar esa música.

-No, no -dijo Mokuraí-. Así no va. Ese no es el sonido de una mano. No lo has entendido para nada.

Estimando que la música podía interrumpir sus meditaciones, Toyó se trasladó a una habitación más tranquila. Se puso de nuevo a meditar: -¿Cuál puede ser el sonido de una mano?

De pronto oyó agua que goteaba. -Yo lo tengo- se imaginó. La próxima vez que compareció ante el maestro, Toyó imitó el sonido de agua que gotea.

-¿Eso qué es? -preguntó Mokuraí- Es el sonido de una gota de agua, pero no el de una mano. Intenta otra vez.

En vano Toyó persistió en meditar para oír el sonido de una mano. Oyó el suspiro del viento. Pero también este sonido le fue rechazado.

Oyó el chillido de un búho. Mismo rechazo.

El sonido de una mano tampoco era el de las langostas.

Más de diez veces Toyó visitó a Mokuraí con diferentes sonidos. Ninguno era el acertado. Durante casi un año caviló sobre cuál podía ser el sonido de una mano sola.

Por último, el pequeño Toyó entró en la verdadera meditación y trascendió todo sonido.

-Ya no podía encontrar más qué juntar - explicó más tarde-, de modo que alcancé el sonido insonoro.

Así había realizado Toyó el sonido de una mano.