Esta mañana me levanté muy temprano y me puse ropa cómoda, cogí mi zafu y salí a la terraza con un único propósito: meditar.
El sol estaba a punto de salir, los pájaros empezaban con sus cantos y, a excepción de las campanas de una iglesia cercana, el silencio imperaba por doquier.
Hacía tiempo que no me sentaba a meditar y al principio me resultó incómodo encontrar la postura adecuada. Pero, conforme amanecía, mi cuerpo iba adaptándose poco a poco al entorno, al mismo propósito de meditar...
Mi mente estaba distraída con lo que captaban mis sentidos y cuando no se fijaba en el exterior entonces aparecían decenas de pensamientos desordenados con el único propósito de hacerme desistir de "mi propósito".
Entonces recordé unas palabras que hace tiempo escuché. "Si no hay lucha, no puede haber victoria...ni derrota".Así comprendí que mi propósito era otra interferencia más, que el sol no necesita nada para ser lo que es, que los pájaros cantan sin preguntarse el motivo y que con mi empeño por meditar me iba a resultar difícil llevar a cabo tal acción. Así que retomé y reconvertí tal propósito. Me levanté y volví a empezar de nuevo. Desanduve (espero que se escriba así :-) ) el camino recorrido, coloqué de nuevo el zafu y me senté. Los pájaros seguían cantado, las campanas estaban mudas y el sol acababa de salir, más nada de eso distrajo mi mente, ni siquiera la decena de pensamientos que iban y venían. Creo que, después de largo tiempo, medité...
Ahora, ya casi al filo de la medianoche, me digo a mi mismo que todo aquello que me distrae no me deja ver más allá de lo que he elegido ver por: miedo, comodidad, placer y un largo etcétera de deseos y sentimientos.
Todo ocurre como ha de ocurrir aunque yo me empeñe en cambiar el rumbo de los acontecimientos. Es fácil engañarse durante toda la vida; es difícil darse cuenta del engaño pues para ello hace falta querer hacerlo...sin hacer.