domingo, 21 de septiembre de 2008

La resiliencia




¿Os habeis preguntado alguna vez cómo es que hay personas que superan las adversidades de una forma increible y otras en cambio se hunden en su propia miseria para siempre?. Gran parte de esa capacidad, que es innata pero también se adquiere, se debe a lo que se llama "resiliencia". En terminos cientificos, resiliencia es la capacidad de un objeto para volver a su forma original después de haber sido deformado. Eso, aplicado al ser humano nos da una idea de todo lo que éste término encierra. Pero no voy a seguir hablando de este concepto, mejor lo buscais en el Google, sólo voy a dejaros unas indicaciones para desarrollar esa capacidad en nosotros.

¿Cómo desarrollar la capacidad de resiliencia?

1- Desarrollar una sana autoestima: Creando y sosteniendo autoconfianza, autoimagen positiva; aprender a conocernos, aceptarnos y valorarnos de manera realista y comprensiva.

2- Seguir la vocación. Orientar la energía hacia el talento y el bienestar. Es decir, invertir energía y tiempo suficientes en aquello que nos gratifica y sobre lo que tenemos habilidad o dominio.

3- Ser asertivos. Ejercitar una comunicación clara, honesta y oportuna, que nos permita prevenir y resolver malos entendidos, y evitar "coleccionar" y "tragarnos" lo que nos incomoda y convertirlos luego en resentimientos.

4- Ser optimistas. Ver el lado positivo del mundo, de la vida y de nosotros mismos. Esto es, buscar y esperar que suceda lo mejor.

5- Reencuadrar los resultados. Aprender a ver los eventos indeseados como aprendizajes necesarios y no como fracasos autoatribuidos.

6- Desarrollar relaciones positivas. Vincularse de manera cercana, estable y positiva para el disfrute de los vínculos y su utilización como base de apoyo emocional mutuo.

7- Ser precavidos. Actuar preventiva o proactivamente, pensando antes de que las crisis aparezcan.

8- Ser creativos. Trabajar en el ejercicio de la creatividad, a fin de adquirir la capacidad de buscar soluciones y salidas de manera diversa y flexible.

9- Definir metas significativas. Planificar metas y objetivos razonables que no rebasen la capacidad de realización del sujeto.

10- Desarrollar autocontrol. Aprender a regular la reactividad, sirviéndonos de la racionalidad y de la lógica. Saber cuando frenar evita muchos problemas.

11- Reducir expectativas. Aprender a esperar menos de los demás y tener sobre uno mismo expectativas razonables basadas en hechos, nos evita frustraciones.

12- Centrarse en el proceso. Aprender a vivir cada momento de cada día de la mejor manera posible, y no centrarse únicamente en el resultado final.

13- Hacer ejercicio. La práctica de ejercicio diario, libera las llamadas "hormonas del estrés" como: el cortisol, la adrenalina y la noradrenalina, y potencia la producción de hormonas positivas para el organismo.

14- Practicar relajación. El entrenamiento en relajación y meditación promueven una nivel de serenidad que favorece la tolerancia a situaciones estresantes.

15- Orar. La oración abre una brecha espiritual que colinda con la fe. Ha sido elemento clave en la aceptación de tragedias y la superación de enfermedades como lo han señalado y probado Norman Cousins, Bernie Siegel, Deepak Chopra y Hebert Benson, entre otros.

He aquí una reflexión con indicaciones concretas que os ayudarán a mejorar la calidad de vuesttra vida, a través del desarrollo de la capacidad de la resiliencia.

Y,para consolidar la resiliencia, tenemos derechos:

1- A ser tratados con dignidad y respeto.

2- A equivocarmos y ser responsables de nuestros propios errores.

3- A tener nuestras propias opiniones y nuestros propios valores.

4- A tener nuestras propias necesidades, tan importantes como las de los demás.

5- A experimentar y expresar nuestro pensamiento propio, así como a ser sus únicos jueces.

6- A cambiar de opinión, idea o línea de acción.

7- A protestar cuando somos tratados con injusticias.

8- A intentar cambiar lo que no nos satisface.

9- A detenernos a pensar antes de actuar.

10- A pedir lo que queremos.

11- A hacer menos de lo que humanamente somos capaces de hacer.

12- A ser independientes.

13- A decidir qué hacer con lo que es nuestro, con nuestro propio cuerpo y nuestro

tiempo.

14- A sentir y expresar el dolor.

15- A ignorar los consejos.

16- A rechazar peticiones sin sentirnos culpables o egoístas.

17- A estar solos aún cuando otros deseen nuestra compañía.

18- A no justificarnos ante los demás.

19- A no responsabilizarse de los problemas ajenos.

20- A no anticiparse a las necesidades y deseos de los otros ni estar pendientes de
su buena voluntad.

martes, 16 de septiembre de 2008

¿Saben de qué les voy a hablar?



Esta historia comienza cuando Nasrudin llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.

Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudin, que en verdad no sabia que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.

Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:

-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles.

La gente dijo:

-No... ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!

Nasrudin contestó:

-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber que es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.

Dicho esto, se levantó y se fue.

La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudin se alejaba, dijo en voz alta:

-¡Qué inteligente!

Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice "¡qué inteligente!", para no sentirse un idiota uno repite: "¡si, claro, qué inteligente!". Y entonces, todos empezaron a repetir:

-Qué inteligente.
-Qué inteligente.

Hasta que uno añadió:

-Si, qué inteligente, pero... qué breve.

Y otro agrego:

-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.

Entonces fueron a ver a Nasrudin. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.

Nasrudin dijo:

-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.

La gente dijo:

-¡Qué humilde!

Y cuanto más Nasrudin insistía en que no tenia nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudin accedió a dar una segunda conferencia.

Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudin se paró frente al público e insistió con su técnica:

-Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles.

La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron:

-Si, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.

Nasrudin bajó la cabeza y entonces añadió:

-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.

Se levantó y se volvió a ir.

La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:

-¡Brillante!

Y cuando todos oyeron que alguien había dicho "¡brillante!", el resto comenzó a decir:

-¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!

-Qué maravilloso
-Qué espectacular
-Qué sensacional, qué bárbaro

Hasta que alguien dijo:

-Si, pero... mucha brevedad.
-Es cierto- se quejó otro
-Capacidad de síntesis- justificó un tercero.

Y en seguida se oyó:

-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría!

Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudin para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudin dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenia conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenia que regresar a su ciudad de origen.

La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudin aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia.

Por tercera vez se paró frente al publico, que ya eran multitudes, y les dijo:

-Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar.

Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo:

-Algunos si y otros no.

En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudin con la mirada.

Entonces el maestro respondió:

-En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben.

Se levantó y se fue.

jueves, 4 de septiembre de 2008

La recompensa del desierto

Hemos olvidado los cuentos sufíes, y hay que remediarlo, por eso dejo este lindo cuento.
Un abrazo lleno de cariño pa mis niños.




Hace mucho tiempo había un joven comerciante llamado Kirzai, cuyos negocios lo obligaron a viajar un día al pueblo de Tchigan, situado a doscientos kilómetros de distancia. Por lo común, el habría tomado la ruta que seguía el borde de las montañas, lo que le habría permitido hacer la mayor parte del viaje protegido del sol.

Pero en esta ocasión, Kirzai sufría la presión del tiempo. Era urgente que llegara a Tchigan lo mas pronto posible, de modo que decidió tomar el camino directo a través del desierto de Sry Darya. El desierto de Sry Darya es conocido por la intensidad de su sol y muy pocos se atreven a correr el riesgo de cruzarlo. No obstante, Kirzai dio de beber a su camello, lleno sus alforjas y emprendió el viaje.

Varias horas después de partir empezó a levantarse el viento del desierto. Kirzai refunfuño para sus adentros y apuro el paso del camello. De repente se detuvo, estupefacto. A unos cien metros delante de el se levanto un gigantesco remolino de viento. Kirzai nunca había visto nada semejante. El remolino arrojaba todo en derredor de una extraña luz purpúrea y hasta el color de la arena había cambiado. Kirzai titubeó. ¿Debía hacer un largo rodeo a fin de evitar esa extraña aparición o debía seguir siempre derecho? Kirzai tenia mucha prisa, sentía que no disponía de tiempo para tomar el camino más lento, de modo que agachó la cabeza, encorvó los hombros y avanzó.

Para su sorpresa, en el momento en que penetró en la tormenta todo se volvió mucho más calmo. El viento no azotaba ya con tanta fuerza contra su cara. Se sintió contento de haber tomado la decisión correcta. Pero de pronto se vio obligado a detenerse otra vez. Un poco más adelante, un hombre yacía estirado sobre el suelo junto a su camello acuclillado. Kirzai desmonto de inmediato para ver que pasaba. La cabeza del hombre estaba envuelta en una chalina, pero Kirzai vio que era viejo. El hombre abrió los ojos, miró con atención a Kirzai durante un instante y después habló con un susurro ronco.

-¿Eres .... tú? Kirzai rió y sacudió la cabeza. -¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tu anciano, ¿quién eres? El hombre no dijo nada. -De todos modos -continuó Kirzai- , Tú no estas bien. ¿Adonde vas? -A Givah -suspiró el viejo-, pero no tengo más agua.

Kirzai reflexionó. Sin duda podía compartir un poco de su agua con el anciano, pero si lo hacia se arriesgaba a quedarse sin agua él mismo. Sin embargo, no podía dejarlo así. No se puede dejar morir a un hombre sin echar una mirada atrás. "Al diablo con mis planes -pensó Kirzai- , sólo necesito encontrar mi camino hasta el sendero que corre a lo largo de las montañas, en caso de necesitar más agua. ¡Una vida humana vale mucho más que un compromiso de negocios!" Ayudó al viejo a tomar un poco de agua, llenó una de sus cantimploras y después lo ayudó a montar su camello.

-Sigue derecho por ese camino -le recomendó mientras apuntaba con el dedo- y en dos horas estarás en Givah. El anciano hizo una señal de agradecimiento con las manos y antes de irse miró un largo rato a Kirzai y pronunció estas extrañas palabras: -Algún día el desierto te recompensará. Entonces acicateo a su camello en la dirección que Kirzai le había indicado. Kirzai continuó su viaje. La oportunidad que lo esperaba en Tchigan sin duda estaba perdida, pero se sentía en paz consigo mismo.

Paso el tiempo. Treinta años después, los negocios llevan a viajar a Kirzai de continuo de una parte a otra entre Givah y Tchigan. No se había hecho rico, pero lo que ganaba era suficiente para proporcionar una buena vida a su familia. Kirzai no pedía mas que eso.

Un día, mientras vendía cueros en la plaza del mercado de Tchigan, se enteró de que su hijo estaba enfermo de gravedad. Era urgente que fuera a verlo de inmediato. Kirzai no vacilo. Recordó el atajo a través del desierto que había tomado treinta años atrás. Dio agua a su camello, llenó sus cantimploras y partió.

A lo largo del camino libró una batalla contra el tiempo, azuzando sin cesar a su camello. No se detuvo ni disminuyo la marcha mientras bebía agua, y por esas razón ocurrió el accidente. La cantimplora se le cayo de pronto de las manos y antes que pudiera bajarse para recuperarla, el agua desapareció en la arena. Kirzai profirió una maldición. Con una sola cantimplora llena era imposible cruzar el desierto. Pero al pensar en su hijo, el viejo se obligo a seguir adelante.

-¡Tengo que hacerlo! ¡Lo haré!

El sol del desierto de Sry Darya es despiadado. Le importa poco por qué o para qué fines un hombre trata de desafiar sus rayos, arde inexorablemente siempre con la misma fuerza e intensidad. Kirzai pronto comprendió que había cometido un gran error. Se le resecó la lengua y la piel le quemaba. La única cantimplora restante ya estaba vacía. Y ahora, para su desazón, vio que empezaba una tormenta de arena. Kirzai se envolvió la cabeza con su chalina, cerro los ojos y dejo que el camello lo llevara adelante a donde fuera. Ya no era conciente de nada. Un gigantesco remolino de viento se levantó frente a él. Despedía una suave luz purpúrea, pero Kirzai seguía inconsciente y no vio nada. Su camello entró en el remolino de viento, avanzó unos pocos pasos y entonces, en forma abrupta, se sentó. Kirzai cayo al suelo. "Estoy terminado -pensó- ¡Mi hijo nunca volverá a verme!"

De repente, sin embargo, dio un grito de alegría. Un hombre montado en un camello avanzaba hacia él. Pero cuanto más se acercaba el hombre, tanto más la alegría de Kirzai se convertía en estupefacción. Este hombre que ahora desmontaba de su camello .... ¡Kirzai lo conocía! Reconoció su propio rostro juvenil, sus ropas .... ¡y hasta el camello que montaba! Un camello que el mismo había comprado por dos valiosos jarrones muchos años antes.

Kirzai estaba seguro: ¡ el joven que venia a ayudarlo era él mismo ! ¡ Era el mismo Kirzai tal como era treinta años antes !

-¿Eres .... tú? -balbuceo Kirzai con un susurro ronco. El joven lo miro y rió. -¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tú, anciano, ¿quién eres? Kirzai no contestó. No sabia que hacer. ¿Debía decirle al joven quien era, o no decir nada? Mientras tanto el joven continuo: -De todos modos, tú no estas bien. ¿Adonde vas?

-A Givah -respondió Kirzai-. Pero no tengo mas agua.

Kirzai vio que el joven reflexionaba en silencio acerca de la situación y supo con exactitud lo que pasaba por su mente: ¿debía ayudar a Kirzai o continuar para atender sus propios asuntos? Pero Kirzai también supo cual seria la decisión y sonrió al observar que el joven le ofrecía un trago de agua. Después, el joven le lleno la cantimplora vacía, lo ayudo a montar su camello y apunto con un dedo.

-Sigue derecho por ese camino y en dos horas estarás en Givah.

El viejo Kirzai miro un largo rato al joven que alguna vez había sido él mismo y le hizo una señal de agradecimiento. Hubiera deseado hablar con él de muchas cosas, pero solo logro encontrar estas palabras: -Algún día el desierto te recompensará. Y entonces partió de prisa hacia Givah, donde lo esperaba su hijo. Kirzai llego a ser un hombre sabio, respetado por todos. Y cuando contaba este extraño cuento, todos los que lo escuchaban le creían. Desde aquellos tiempos, el desierto de Sry Darya ha sido conocido con el nombre de Samavstrecha, que quiere decir:

El desierto donde Uno se encuentra a Sí Mismo.