Jesús dijo que el reino de Dios “está en vosotros”. Esto significa que no puede buscarse. Sólo podemos buscar lo que no tenemos; ¿para qué buscar lo que ya está en nosotros?. En realidad, es dicha búsqueda la que obstaculiza nuestro camino hacia lo eterno, porque refuerza el ego. Hay que recordar que la belleza sólo puede experimentarse en la zona sin pensamiento ni tiempo, donde el ego desaparece.
No obstante, muchos siguen buscando el reino porque no reconocen su presencia inmediata (aquí y ahora) en nuestro interior. Tales búsquedas son vanas. La situación sería la de un pez en el océano que busca agua, sin advertir que se halla rodeado de ella. Curiosamente, cuanto más cerca está algo de nosotros, más difícil resulta detectarlo.
Jesús ni confirmó ni negó la existencia de vida ultraterrena. El reino significa acabar con los pensamientos y tanto la afirmación como la negación implican la existencia de pensamiento. El zen trasciende ambas dualidades. El reino de Dios está en la zona sin pensamiento, fuera del alcance de la mente racional/lógica donde domina el hábito de pensar en términos de “A o no A”.
A primera vista, Jesús parecía responder a las preguntas que le planteaban sobre el reino de Dios, pero en realidad señalaba hacia una verdad mayor. Puesto que se trata de preguntas mal formuladas, responder de una forma u otra sería ridículo. Si se me pregunta si cierta mesa es hombre o mujer, la única respuesta adecuada es reírse; no valdría la pena plantear o debatir la cuestión. Como observó el filósofo Zhuang Zi, “es fútil hablar de la nieve con un insecto veraniego que nunca la ha visto”
El reino no es una cuestión que deba pensarse. Como tal, tampoco es una cuestión temporal (porque sin pensamiento no hay tiempo). Sin embargo, tradicionalmente se habla de él como si se tratara de un acontecimiento futuro.
El motivo es evidente. El reino siempre se ha concebido como acontecimiento futuro porque vivir en el futuro, en lugar de en el presente, es un hábito del hemisferio izquierdo. Bhagwan Shree Rajneesh ofrece un hermoso diagnóstico de la situación:
“La mente humana desaparece en el presente. Vive en el futuro, en la esperanza, en la promesa del futuro; se mueve mediante el deseo. El deseo necesita tiempo, el deseo no pude existir sin tiempo. Si de pronto nos encontramos en un momento en que el tiempo ha desaparecido, si no hay tiempo, ni mañana, ¿qué le sucederá a nuestro deseo?. No puede moverse, desaparece en el tiempo.”
El reino de los cielos (que está en nosotros) es la tierra de dicha suprema donde no existe la codicia, el deseo, la ira o el miedo. Pero ¿cómo entrar?. Jesús abrió la puerta al mostrarnos que no hay puerta alguna, en el siguiente pasaje del Evangelio de Lucas:
“Mientras proseguían su camino, Jesús entró en una aldea y una mujer llamada Marta le acogió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor y escuchaba sus enseñanzas. Marta, que estaba muy ocupada con los menesteres de la casa, se acercó a Jesús y dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el trabajo?. Dile que venga a ayudarme. Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, te inquietas y preocupas por muchas cosas; solo una es necesaria. María ha elegido la parte buena y no le será arrebatada.(Lucas 10, 38-41)
Aquí Jesús vuelve a enseñar el arte de vivir. Lo que María tenía, a diferencia de Marta, era concentración. El arte de vivir, como todo arte, requiere concentración. Para ser artista, hay que perderse en el arte. Sin perderse es imposible escuchar, ver o ser. Jesús alabó a María porque escuchaba, prestaba atención sin esfuerzo en el momento presente. Cuando se es consciente del momento, no hay pensamiento ni tiempo. Se está en el reino.
Por el contrario, Marta estaba distraída. Por hallarse ocupada en diversos asuntos mundanos, no prestaba atención al momento. Como resultado, le angustiaban todo tipo de pensamientos e inquietudes. Jesús le dijo que, aunque tuviese muchas cosas en la cabeza, sólo una era necesaria: concentrarse en la tarea que esté a mano.
Son muchos los que creen que para entrar en el reino de los cielos hay que combatir la ira, la violencia y la lujuria de nuestra mente, pero Jesús enseñó un método totalmente distinto: vivir el momento. Cuando se está verdaderamente concentrado en la tarea que se tiene a mano, no pueden surgir emociones negativas.
El reino existe en la zona atemporal. La implicación de ello es que la felicidad no es un producto del tiempo. El maestro Jesús nos reveló un gran secreto: la puerta de la eternidad se encuentra en el momento. Muchos de nosotros, sin embargo, consideramos que la felicidad se materializa en el tiempo. Esta interpretación errónea es fuente de mucha tristeza.
¿No os parece?